domingo, 2 de marzo de 2014

El hilo de sangre


Por: Leonardo Alba Mejía, Especial para Buque de Papel, Cartagena de Indias.
El otro abuelo venia de Boyacá, de un pueblo llamado Tibasosa. La abuela una maestra de escuela no alcanzó a acompañarlo en su gesta. Llegó a Bogotá creyendo encontrar para su familia mejores oportunidades y terminó viviendo en un barrio que en la ficción quedó como el barrio de las flores.  



Las paredes de la casas suelen tener fotos cuidadas de sus ancestros. En la casa de una tía está la de don Teodoro posando con dos colonos más, atrás la fachada de una de las primeras casas de La Culebrera. El último vestigio de la aventura colonizadora de mi tatarabuelo era una inmensa Ceiba que le daba sombra a la plaza de mercado del pueblo fundado y que fue cortada. De esta aventura viene un sentido de la vida ligada a la tierra que hace leer nuestra geografía habitada de signos.


Unos fundaron un pueblo, otros llegaron al "barrio de las flores" a vivir entre malandros y obreros. De ahí provienen mis padres. Todo lo que este pasado puede tener de sombrío, ellos lo han reelaborado con la literatura y la danza. Mi madre posaba como ángel de la guarda en las procesiones de la virgen y de la eternidad saltó al mundo para declarar que dos cuerpos pueden dialogar y crear un hecho fantástico: el tango.

La historia de ese pueblo y de ese barrio están mezcladas entre muchas otras que forman parte de la historia de Colombia. Historias que llevan el lastre de la violencia y de una visión recia y patriarcal de la familia. Soltar el lastre significa nombrar la sabiduría de las mujeres que la ayudaron a construir y encontrar modos creativos de superar la violencia en cualquiera de sus manifestaciones. La siguiente generación a los abuelos es una diáspora de hermanos que salieron a buscarse la vida como antes lo hicieron sus padres, cruzando sus destinos y encontrándose de vez en cuando en un juego de cartas o en unos frijoles conversados con el cuadro del sagrado Corazón de Jesús como testigo.
Después vino esta generación móvil que dialoga con la idea de un eterno retorno a un lugar, que quizás no es el sitio de origen, sino el de los afectos. Una generación que viaja en la movilidad virtual y real. Sin embargo a las tres generaciones un mismo hilo las recorre: un hilo de sangre, no solo el de las venas, sino el de la guerra y la violencia. El hilo de sangre de José Arcadio. Recorrerlo nos obliga a nombrar la paz sin escepticismo y con urgencia. Aprender a narrar la paz.

En la penumbra permanece el dolor que algunos artistas han explorado el modo de "trasponer en símbolos", la desinformación que pulula entre tanto río de información que se atraviesa con logradas piezas periodísticas. Hoy estamos a las puertas de una negociación que puede sellar uno de los factores determinantes de esa violencia: la guerra irregular de grupos ilegales con distinta marca. Dar ese salto representa, quitar de una historia ataviada de dolor, uno de los elementos desencadenantes.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Esta columna me parece muy interesante porque relata los distintos caminos en que una persona puede ser víctima de la violencia, además se refleja el modo en que vivimos en Colombia, ese modo en que nosotros nos encontramos con esas distintas generaciones y digo nosotros porque estoy casi segura que todos nos hemos encontrado en alguna parte de nuestra vida con esa violencia que nos atormenta. Solo podemos cambiar ese rumbo si somos aquellas personas que sueñan con la paz y buscamos hacerla realidad, aquellas personas que somos luz para esa parte oscura del país.

Unknown dijo...

Es muy importante como esta bien planteado en el titulo todos somos una sola familia somos Colombia no importa la consanguinidad solo importa las ganas y la necesidad de buscar la tan anhelada paz y que por décadas se ha buscado; hoy podemos decir que estamos en un punto muy alto de obtenerla y que si es posible con la cooperación de cada individuo colombiano.

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