domingo, 2 de marzo de 2014

Cartagena y el mercado


Óscar Collazos

No se trata de frenar la creación de riqueza ni de detener la marcha de los sectores turísticos, portuarios o inmobiliarios. Se trata de concebir una ciudad sostenible para sus ciudadanos.

¿Quién pone las condiciones, la ciudad o el mercado? En otras palabras: cuando los negocios de una ciudad atraen a toda clase de inversionistas, ¿quién decide lo que se hará con la ciudad? Más aún: ¿quién decide lo que se hará o dejará de hacer por sus ciudadanos?

Los negocios no deberían ir contra los intereses de los ciudadanos ni una ciudad debería prender las alarmas cuando se anuncia la llegada de nuevos inversionistas. Las ciudades fueron, desde sus orígenes, territorio de comercio: se vendía y se compraba, se ganaba y se perdía.


No debería ser en principio motivo de alarma la llegada de inversionistas. Son personas que hacen buenos y grandes negocios, que desembolsan grandes sumas de dinero en sectores tan prometedores como el hotelero y el inmobiliario. En Cartagena de Indias, por ejemplo, son, con el portuario, dos de los negocios que más han influido en el cambio de la ciudad.

Los mercados hotelero e inmobiliario viven desde hace diez años una época de euforia. Se especula como nunca: con el suelo, con el metro cuadrado construido, con las playas invadidas de construcciones temerarias, con los rellenos de ciénaga y cuerpos de agua, con la ocupación imperceptible de orillas de la bahía.

Cartagena ha cambiado tanto urbanísticamente, que ya no es posible reconocer las bellas y barrocas casonas de Manga, con casi un siglo de vida. En su lugar se ha levantado Mangattan. El progreso, que debería mantener un equilibrio entre lo moderno y lo antiguo, entre lo que cambia y se conserva, entre el ciudadano y su ciudad, ha tomado el rumbo de la depredación.

Cartagena parece a menudo una cortesana, abierta de piernas al mercado. Hace quince años, cuando el artista Álvaro Restrepo habló de la “ciudad Eréndira” (la ciudad vendida por sus mayores en subasta inmisericorde y continua) se le vinieron encima. Hoy, en pleno apogeo del mercado turístico e inmobiliario, la metáfora de la ciudad sigue siendo la misma.

Cartagena tiene un escandaloso déficit de espacio público: en el centro histórico, en los barrios de estratos 5 y 6 y en su periferia, que representa más del 70 por ciento de la ciudad. Esto es lo que no remedia sino que agrava el mercado: la ciudad es el territorio exclusivo de los negocios, no de las personas.

Hace días escuché decir que prestigiosos inversionistas nacionales y extranjeros estaban a punto de revertir un sofisticado proyecto hotelero en el centro histórico, frente al parque del Centenario, en jurisdicción de Getsemaní. ¿Por qué? Porque “la ciudad” se oponía a la construcción de una marina frente al actual parqueadero del Centro de Convenciones.

Los comentaristas no se preguntaron por qué era un disparate construir una marina en aquel lugar. Les respondo: porque daría un golpe mortal al menguado patrimonio cultural de Getsemaní; porque haría colapsar las ya insuficientes vías de acceso del centro hacia Manga; porque les quitaría a nativos y residentes la posibilidad de disfrutar su bahía y, por último, porque en lugar de espacio público, se levantaría allí una zona exclusiva, vigilada y protegida como todo puerto de embarque y desembarque de millonarios.

¿Por qué no habrían de oponerse los ciudadanos a las desaforadas amenazas del mercado? No se trata de frenar la creación de riqueza ni de detener la marcha de los sectores turísticos, portuarios o inmobiliarios. Se trata de concebir una ciudad sostenible para sus ciudadanos, expulsados por el implacable oleaje de la prosperidad y la especulación.


collazos_oscar@costa.net.co
Óscar Collazos

1 comentarios:

Unknown dijo...

Es una triste verdad la que nos cuenta Oscar Collazos en este articulo y con la que me encuentro totalmente de acuerdo, Cartagena ha dejado de la lado a los nativos y a puesto como prioridad a los extranjeros, sin darse cuenta o tal vez haciéndolo pero sin importarle, del daño irreversible que están causando en el sentido de pertenencia de los cartageneros.

este no es un problema nuevo, solo que hasta ahora no se había hecho tan ridículamente evidente, la inconformidad ya es notoria y los cartageneros al parecer ya se están cansando del elitismo de su ciudad.

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